sábado, 25 de noviembre de 2023

Raíces (2)

A mediados del siglo XIX la situación social no era muy halagüeña. Por aquella época el índice de analfabetismo era altísimo, rozando el 70 por ciento; es decir, siete de cada 10 personas eran analfabetas. En pueblos como Daimiel (Ciudad Real), en donde va a transcurrir esta historia, las calles eran de tierra, no existía alcantarillado y no había agua corriente en las casas. Eso sí, un buen número de ellas (más de mil) disponían de un pozo del que extraían agua potable para su consumo y utilización en la limpieza. Claro que la gente tenía por costumbre tirar a la calle los cubos con el agua sucia y... lo que no era agua sucia, al simple grito de “¡agua va!” para que quedaran advertidos los eventuales transeúntes y no se viesen duchados con semejantes inmundicias. La educación era precaria, la higiene casi inexistente, la incultura manifiesta. Como en las casas no había agua corriente, debían llevarla a sus dormitorios o cuartos de aseo en cubos, en donde con una jarra y una palangana se lavaban. El váter estaba fuera de la casa, en el patio o corral, y consistía –en el mejor de los casos- en una tabla con un agujero que daba a un pozo a donde iban a parar las deposiciones. No se disponía de calefacción, y el punto cálido de reunión para la familia consistía en una mesa camilla bajo la cual se encendía un brasero, si bien en las mejores casas se disponía de varias habitaciones con chimenea para calentar esas estancias; por el contrario en las casas más humildes, sólo la chimenea o el lugar para cocinar propiciaba ese calor. Siendo el clima de La Mancha extremo, los inviernos eran muy duros en tales condiciones. Estaban de moda los calentadores, unos recipientes de metal en donde se metía carbón encendido, y dicho recipiente se metía dentro de la cama unos minutos antes de ir a acostarse para dejar caliente el hueco que habría de ocupar después el cuerpo. Las mejores casas disponían de dos pisos, de los cuales el superior se ocupaba en invierno y el piso bajo (más fresco) en el verano, aunque no siempre era así puesto que en muchas de ellas se destinaba aquél piso superior a guardar alimentos y enseres; por el contrario, las casas más humildes eran de una sola planta sin ningún tipo de comodidades. La pobreza reinaba por doquier y las órdenes religiosas, en quienes recaía la responsabilidad de atenderlas, no daban abasto.
 
Con todo, cabía considerar a Daimiel como uno de los pueblos más importantes y avanzados de La Mancha. Tan solo unos años antes, en 1842, y en virtud de una ley aprobada en las Cortes, se constituyó oficialmente como cabeza de partido judicial que comprendía los pueblos de Arenas de San Juan, Fuente el Fresno y Villarrubia de los Ojos, siendo Daimiel la cabeza de este partido. Su población real se situaba en torno a los 15.000 habitantes (aunque el censo oficial indicaba unos tres mil habitantes menos).
 

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