jueves, 21 de marzo de 2024

In memoriam de “El gañán enmascarado”

Estaba buscando información sobre diversos aspectos culturales de La Mancha, cuando me apareció en Internet un recorte de prensa en donde daban cuenta del fallecimiento, en marzo de 2020, de Pedro Salinas Moreno. Puede que mucha gente no lo conozca, sobre todo más allá de esta Comunidad Autónoma o de los aficionados al cómic, pero un buen día, en el año 2013, yo sí que le dediqué una entrada en mi blog “Palabras inefables”.
 
Pero vayamos por partes. Pedro Salinas (que no el poeta) fue un gran dibujante que puso al pueblo manchego de Tomelloso (Ciudad Real) en los anales de la historia del cómic. Tuvo la osadía de crear un superhéroe manchego, rural, de los nuestros, para combatir tanta tontería como hay en el mundo. A ese héroe le llamó “El gañán enmascarado”, el cual, a base de garrotazos hacía entrar en razón todo aquél que se lo merecía.
 
Para los urbanitas, que quizás desconozcan qué es eso de un “gañán”, les remito al “Diccionario Daimieleño – Español” (Vicente Fisac, Amazon) que comparte con Pedro Salinas el sentido del humor y define “gañan” como: “Especie autóctona de La Mancha, que se identifica por su blusón a rayas negras y grises, faja, boina, pañuelo con cuatro nudos en la cabeza, pantalón de pana, albarcas, celtas cortos y –posiblemente, porque el pudor impide mostrarlo- calzoncillos largos; conduce una bicicleta con trasportín para llevar las cepas y la azada; es persona noble, que disfruta tomando chatos de vino en el bar, aunque su aspecto y maneras son toscas”. Pero también el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) nos da su definición: “Mozo de labranza, hombre fuerte y rudo”. Y para quien no lo sepa, en las casas de labranza solía haber uno o varios gañanes y se dividían en varias categorías: mayoral, ayudador y zagales (mayor, segundo, tercero, etc.).
 
Pues bien, de entre todos los gañanes surgió de la imaginación de Pedro Salinas uno con superpoderes y una garrota implacable con la que impartía justicia para deleite y disfrute de los lectores. Pero…
 
…hay una historia que muy pocos conocen porque los poderosos lo ocultan. Y yo te la voy a  revelar:
 
¿Conoces al humorista manchego José Mota? Seguro que sí, porque todas las Navidades se asoma a las pantallas de nuestro televisor, al igual que podemos verlo en muchos otros programas de la televisión y también participa como invitado en otros muchos programas e incluso hace películas. Seguro que también conoces a muchos de sus personajes, Bartolo, la vieja del visillo, etc. y entre ellos quizás recuerdes a uno que se llamaba “El Tío la vara”, el cual impartía justicia en los campos de La Mancha arreando varazos en los costillares de los que hacían ostentación de tontería, de esa tontería tan actual que nos impone la “Agenda 2030” de la mano de políticos y de sus secuaces los “medios de manipulación”. Por eso daba gusto ver al “Tío la Vara” quitando tanta tontería a base de varazos. Pero después de una temporada de éxito, su creador, José Mota, decidió que muriera a manos de “El capitán Fanegas” y todos los seguidores de “El Tío la vara” nos quedamos muy tristes al ver que ya nadie nos defendería de tanta tontería como nos quieren imponer.
 
Ahora que has leído esto ¿no encuentras mucha semejanza entre “El gañán enmascarado” y “El Tío la vara”? Claro que la hay, como que son calcados, aunque uno sea personaje de cómic y otro personaje televisivo. La pregunta es ¿quién copió a quién? Y la respuesta es que el famosísimo José Mota copió a Pedro Salinas y le calcó el personaje.
 
El propio Pedro Salinas llevó esto hasta los Tribunales de Justicia y al cabo de un tiempo, acabaron dándole la razón. Por su parte, José Mota, para no tener que reconocer que suprimía su personaje por haberlo copiado, decidió darle muerte como ya hemos comentado.
 
Así que ya veis cómo en ocasiones, David vence a Goliat, y en este caso, un sencillo humorista y dibujante de Tomelloso hace valer sus derechos ante otro colega superpoderoso. Por todo ello, a las numerosas hazañas de “El gañán enmascarado·” hay que añadir que también fue capaz de derrotar al famosísimo “Tío la vara”. Nuestro “Gañán enmascarado” sigue imponiendo la ley en Tomelloso city y quien no le escuche, oirá el crujir de su garrota sobre sus costillares. Ni siquiera “El Tío la Vara” pudo con él.
 
Y así lo dejo escrito para que conste en los anales de la historia del cómic.
 
PD.- Ahora, tras la muerte de su autor, Pedro Salinas Moreno, ya no habrá más aventuras de “El gañán enmascarado”, pero aquellos que deseen conocer a este superhéroe, genuinamente español y manchego, pueden pedir a su librería habitual que le busque cualquiera de sus libros publicados. “El gañán enmascarado” y Pedro Salinas Moreno seguirán vivos en nuestro recuerdo.
 

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martes, 19 de marzo de 2024

Dejar de fumar es muy fácil

Dejar de fumar, dejar esta droga adictiva que te va quitando poco a poco el dinero, la salud, la calidad de vida e incluso la vida, es muy difícil; para eso las compañías tabaqueras añaden sustancias adictivas, para engancharte y que no puedas dejarlo. Y es legal porque los Gobiernos recaudan un dineral (4 euros de cada 5 que cuesta una cajetilla son impuestos).
 
Así que os contaré cómo dejé de fumar hace ya muchos años, por si os sirve de ayuda…
 
Como todos los jóvenes comencé a fumar porque eso era “de mayores” y todos los jóvenes quieren ser mayores. Además, veías en todas las películas cómo tus héroes favoritos fumaban y tú querías ser como ellos. Fumando te dabas importancia, te creías más mayor y más importante, te veías reforzado socialmente porque casi todo el mundo fumaba y era una costumbre social que tras el saludo y el apretón de manos entre dos conocidos lo que venía a continuación era la frase “¿un cigarrillo?”. Hasta era de  buena educación fumar y ofrecer tabaco.
 
Como le pasa a todos los que empiezan a fumar, el primer cigarrillo supo a rayos y dio tos y hasta arcadas y mareo, pero había que superar ese mal rato porque querías llegar a ser esa persona importante, ese héroe de película. Cuando al cabo de varios cigarrillos aquello ya empezaba a gustarte y empezabas a disfrutarlo… ya era tarde, estabas enganchado, te habías vuelto un adicto.
 
Me gustaba jugar al fútbol y un buen día me di cuenta que me fatigaba más de la cuenta. “¿Será por fumar?” me pregunté. Así que decidí hacer una prueba: El día anterior a los partidos me lo pasaba sin fumar. Y comprobé cómo me encontraba mejor físicamente y podía correr sin cansarme tanto. Decidí dejar de fumar, disfrutar del fútbol a tope… pero era muy difícil, como mucho aguantaba el día antes o dos días antes del partido sin fumar, pero no más.
 
Entonces comencé a analizar las verdaderas causas por las que yo había empezado a fumar, y que eran esas que ya he explicado antes: “ser mayor, sentirme importante, ver reforzada  mi vida social…”. Y entonces me pregunté: “¿Pero qué clase de individuo soy? ¿Es que acaso no tengo suficiente personalidad como para sentirme igual de importante sin necesidad de los cigarrillos? Decir ‘no´ cuando te ofrecen tabaco es la prueba más clara de que tienes una personalidad fuerte, de que decides por ti mismo y eres capaz de llevar la contraria”.
 
Y me di cuenta –por fin- que yo no tenía por qué valerme del tabaco para ser yo mismo, me di cuenta que tenía la suficiente personalidad como para decir “no” y hacer lo que me diese la gana. Porque el camino de la adicción al tabaco es muy sibilino. Comienzas fumando por placer, y cada vez que enciendes un cigarrillo lo disfrutas. Pero al cabo de un tiempo aquello cambia; no fumas por el placer que da fumar, sino que fumas porque te encuentras mal si no lo haces.
 
Afortunadamente supe retirarme a tiempo. Supe decir “no” a tiempo y demostrar que mi personalidad era lo suficientemente fuerte como para no necesitar ese cigarrillo entre los dedos, ni ese aceptar y ofrecer un cigarrillo a todo el mundo. Pero ¿te crees que fue fácil dejarlo? No. A pesar de mi convencimiento sólo lograba estar unos pocos días sin fumar y al cabo de un tiempo volvía a hacerlo, hasta que un buen día cogí una buena gripe y en tales circunstancias no apetecía fumar, así que me dije que aquella era la ocasión ideal para el adiós definitivo. Y así fue, tras una semana de gripe y sin fumar, pero con el convencimiento firme de que era yo el que tomaba las riendas de mi vida y que ya no la manejarían ni las tabaqueras, ni su publicidad, ni los amigos ni conocidos que seguían fumando, pude vencer la adicción y dejar de fumar a los 25 años (había empezado a los 17). Ahora tengo 75 años y subo las cuestas sin cansarme ni asfixiarme, y todas las semanas juego al tenis y corro de un lado a otro de la pista sin cansarme. Te aseguro que de haber seguido fumando no estaría así.
 
Espero que estas líneas sirvan de ayuda a alguien, que le haga despertar, que se atreva a dar un puñetazo en la mesa y decir –como hice yo en su día- “tengo la suficiente personalidad como para decidir por mí mismo y decir `no´ cuando me dé la gana”. Dicho de otra forma: Dejar de fumar es muy fácil, sólo necesitas tener suficiente personalidad para decidir por ti mismo sobre tu propia vida.
 

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lunes, 18 de marzo de 2024

El ultrasentido

Realidad, sueños, anhelos... Para Miguel la vida era un puzzle compuesto por miles de estas tres piezas y él era incapaz de distinguir cuáles correspondían a un sueño, a un anhelo o a la realidad; era como esas piezas de los puzzles donde solo se ve el color del cielo y por lo tanto no sabes en qué lugar exacto colocarlas.
 
Por las mañanas, nada más levantarse, se ponía a escribir lo que había soñado (¿o era quizás lo que había vivido y lo que ahora empezaba era un sueño?) y algunas veces también lo hacía por la tarde o por la noche. Solía acompañarse de una música melódica que ponía en su tocadiscos y recurría también a veces a un cigarrillo que deleitaba con parsimonia –aun a sabiendas que el tabaco no es bueno para la salud- y un cuba libre o un vodka con limón. Al adormecer así un poco sus sentidos externos, dejaba salir con mayor facilidad sus sentidos internos.
 
Un día, escribió esto...

EL ULTRASENTIDO 

“Niña ¡qué atrás se ha quedado el tiempo! ¿Recuerdas? No, ya no recuerdas nada. Los días vacíos han borrado tus entrañas. Un chalet en las afueras, un suelo verde con baldosas blancas, unos árboles pequeños, una piscina dormida. Es la tarde, y al más leve movimiento, surge el sudor. El aire adormece.
- ¿Te gusta? – te pregunto.
- ...Sí... – respondes tímida y sonríes.
 
Allí sentados, fuera del tiempo, te enseñaba poesía.
- ¿Qué es? – preguntaste.
- Es sentir, es la vida.
- No lo comprendo del todo; esto no tiene metro ni rima.
- ¿La tiene la vida acaso? No, ¿verdad? Por eso mi verso es como la vida: libre, sin reglas, siguiendo un ritmo, escrito al impulso de mis venas. ¿Lo ves ahora un poco mejor?
- Un poco.
- Esto es más que un papel con signos. Es profundo y hondo, con un relieve palpable al ultrasentido. Tócalo.
Así tu mano, por primera vez, rozó con temor e intriga esos signos. Te estremeciste un poco.
- Esto vibra – dijiste trémula.
- Es que quiere sentir tus dedos y decirte muchas cosas.
Y tu mano siguió el camino y, a veces, rozó la mía.
- Ha despertado tu ultrasentido –te dije.
 
Entusiasmada, como estabas, no detuviste tu camino. Me alegraba verte así, dominados tus instintos. Estabas abierta, tus músculos habían sido dormidos por tu mente. Quizás en aquellos instantes no funcionaba el reloj. El “¡Párate, oh, Sol!” de antaño lo habíamos logrado sin saberlo.
- Es maravilloso sentir algo que no vemos. Palpar ideas y sentirlas en toda su plenitud. Has logrado algo grande –me dijiste.
- Me alegran tus palabras, pero aún más el que las sientas. Todo ha de ser así, como tú has dicho: Palpar los sentimientos. ¿Comprendes ahora el por qué de estos versos? ¿Comprendes ahora su balanceo?
- Sí, lo siento – me respondiste.
 
La tarde, con su lenta monotonía, fue desgranándose y difuminando de rojo el cielo. Una voz te llamó y te perdiste. ¿No recuerdas aquella tarde? ¿Por qué no vuelves? ¿Acaso volvió a dormirse, ausente de mis manos, el ultrasentido que en una tarde perdida hice renacer? ¿Dónde se ha dormido tu esperanza? ¿Dónde se olvidaron tus recuerdos?
 
Niña, ¡qué atrás se ha quedado el tiempo!”.


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domingo, 17 de marzo de 2024

Historia de un reloj...

Unos lo llaman “caprichos del destino”, otros ·casualidades”, otros ni siquiera saben cómo llamarlo porque se quedan mudos de asombro. Son esos pequeños detalles que de cuando en cuando sacuden nuestra adormecida percepción del mundo, como si nos estuviesen gritando: “¡Hay algo más ahí fuera!”.
 
Mucho revuelo ha causado la última canción de los Beatles, una canción que se ha grabado recuperando la voz de uno de los fallecidos (John) y los acordes de otro de los fallecidos (George), añadiendo nuevas pistas de música y la voz de los dos que quedan vivos (Paul y Ringo).
 
Quizás ya conoces detalles sobre este acontecimiento discográfico e incluso es posible que hayas escuchado (y disfrutado) con esta canción titulada “Now and then” y que –por cierto- ha sido un nuevo Nº 1 para este grupo musical que cambió no sólo la música sino también –en cierta medida- el mundo.
 
Lo que posiblemente no conozcas es la historia que hay detrás de este reloj (ver foto) que ilustra la contraportada de la edición de la canción en soporte de vinilo, tal como antes eran los discos, en aquellos gloriosos tiempos…
 
Esta es la desconcertante historia de un reloj…
 
Cuenta Olivia Harrison que hace 25 años estaba paseando con su marido (George) y este se sintió de inmediato atraído por un reloj (el de la foto) e inmediatamente lo compró. Después lo colocó en el jardín de su casa y allí permaneció 24 años hasta que hace un año –ya fallecido George- Olivia lo limpió y lo trasladó al salón y lo colocó sobre la repisa de la chimenea.
 
Hace unos meses, Paul llamó a Olivia y le dijo que habían conseguido recuperar la voz de John de un viejo casete y se podía utilizar para editarla de nuevo, reuniendo así a los cuatro Beatles aunque dos de ellos ya hubieran fallecido. Esa canción –como ya he dicho- se llamaba “Now and then” y en ese preciso instante, en que Olivia estaba hablando con Paul, ella estaba en el salón de su casa mirando aquél reloj que instintivamente compró George y que llevaba escritas esas mismas palabras, las del título de la canción: “Now and then”.
 
Por si tenían alguna duda sobre si George hubiera estado de acuerdo o no en que se recuperase el material grabado de los dos fallecidos para editar un nuevo disco, en aquél momento quedaron disipadas. “A George le parece bien”, respondió Olivia.
 
El resto de la historia ya lo conoces, la canción se ha editado en CD y en vinilo, y en la contraportada del disco de vinilo se ha incluido esta foto.
 
Cosas como esta nos suceden a todos de vez en cuando y no hay explicación posible… salvo que alguien desde el más allá esté bromeando con nosotros para ver si somos capaces de despertar y comprender que hay algo más que este mundo físico que tocamos.
 

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sábado, 16 de marzo de 2024

El hombre de las sombras

La bloguera Neus B.G. escribió un relato (la primera parte que ofrezco a continuación) y me pidió que lo continuase (la segunda parte). Así puedes ver cómo dos escritores que no se conocen son capaces de construir historias como si de un único escritor se tratase…
 
Primera parte (Neus BG): EL HOMBRE DE LAS SOMBRAS
 
Una taza humeante de café que descansaba olvidada encima de la pequeña mesa contigua, desprendía un aroma embriagador, su humo danzaba hacia el techo hasta desvanecerse antes de llegar a él como si nunca hubiera existido. Sentado junto a la ventana, observó por un instante el cristal sin poder distinguir apenas las borrosas siluetas de los transeúntes que corrían por el callejón acurrucados,  para protegerse de la lluvia y el frío. La lluvia de aquella tarde, como si de un artista inspirado se tratase, había pintado en el cristal formas abstractas, compuestas por miles de finas líneas y gotas haciendo casi imposible adivinar que había al otro lado. Como cada invierno, los “expertos” del lugar afirmaban rotundamente que ese estaba siendo el invierno más frío de las últimas décadas, pero a él apenas le importaba. La camarera se le acercó tímidamente, casi con miedo. Él sabía perfectamente que su aspecto no era lo que se solía esperar de un hombre de su edad, una larga gabardina que siempre llevaba con el cuello levantado y un sombrero que había encontrado perdido en la calle años atrás, ocultaban su viejo y arrugado rostro. Su mirada se perdió de nuevo, tras el grueso libro que siempre lo acompañaba, y con el que intentaba evadirse del mundo que le rodeaba, un mundo que no lo entendía ni pretendía que lo hicieran.
 
Levantó la mirada y la camarera seguía allí, con voz temblorosa le informó que ya era hora de cerrar, y al mirar a su alrededor descubrió que era el único cliente que quedaba en la cafetería. Con un gesto caballeroso se quitó levemente el sombrero como señal de disculpa, dejando por un momento a la vista sus desenmarañados rizos, de los que apenas quedaba el recuerdo esa hermosa cabellera que en su día había sido la envidia, de todos sus amigos. Con poca facilidad se levantó y casi arrastrando su viejo cuerpo se adentró por los callejones del centro de la ciudad.
 
La oscuridad y la tranquilidad de la noche prácticamente se habían adueñado de las calles de la ciudad. Los pocos ciudadanos que quedaban, se dirigían a sus tranquilos y apacibles hogares para apurar los últimos minutos del día con sus seres queridos, antes de caer en el más profundo de los sueños. Y él, un hombre perdido en entre las sombras de la noche, deambulaba por la ciudad sin rumbo concreto. Las farolas desprendían una luz tenue y alargaban las sombras de los árboles de un modo casi espectral, sin pensarlo demasiado y guiado por su inconsciente, se  adentró en un parque. Ya hacía rato que había dejado de llover, pero el aroma de la tierra mojada aún reinaba en el ambiente, los pequeños riachuelos seguían danzando entre los árboles y la tierra se hundía bajo sus pies a cada uno de sus pasos.
 
Las noches tenían una esencia especial, casi mágica. Con ella llegaba una tranquilidad y una calma que durante el día eran casi imposibles de encontrar. Al llegar a un pequeño claro se arrodilló en la tierra y se recostó boca arriba sobre la tierra aún mojada, para admirar la grandeza del universo. Le gustaba contar estrellas, esas pequeñas motitas de luz que adornaban el negro cielo. Parecía casi imposible pensar que quizás, algunas de aquellas estrellas que él estaba viendo, ya hacía mucho tiempo que habían dejado de existir. Pero que sin embargo se encontraban tan lejos, que aún nos estaba llegando su luz.
 
Una sonrisa triste iluminó su rostro al pensar en lo que le contaba su padre cuando era niño, que como las estrellas, en la vida, las personas, mientras quede alguien  que nos recuerde y nuestra luz siga brillando en sus corazones y sus recuerdos, realmente nunca llegaremos a morir. Y estaba seguro que su padre no se equivocaba, pues mientras la luz de su padre siguiera brillando en su corazón ese padre tan maravilloso jamás llegaría a morir.
 
-oOo-
 
Segunda parte (Vicente Fisac): SOMBRA SOBRE EL ASFALTO
 
Allí seguía, tumbado en el parque, sobre la tierra aún húmeda por la reciente lluvia, sin importarle que su gabardina se manchara de barro y con la vista y el pensamiento perdidos en las estrellas que cada vez ocupaban más espacio en el cielo conforme las nubes se alejaban. Ya habían pasado muchos años y ahora él era tan viejo como ese padre al que recordaba con cariño. Se tocó el rostro y se cercioró de los surcos que la edad le había dejado como cicatrices del paso de los años. Se llevó la mano a la cabeza y comprobó cómo de su antigua hermosa y tupida cabellera sólo quedaban ahora unos pequeños recuerdos. Miró de nuevo al cielo y en el silencio de la noche fue capaz de escuchar los latidos de su propio corazón: le decían que él estaba vivo, que su alma era joven e inmadura, que él seguía siendo un niño por mucho que su cuerpo hubiera envejecido... mas no había allí nadie que le confirmaran lo que había de cierto o errado en sus pensamientos.
 
Se levantó lentamente y regresó a su casa. La lluvia era pasado pero el suelo encharcado le recordaba que todo lo que había sentido y vivido aquella tarde era real. Pasó de nuevo por la cafetería que ya estaba cerrada y creyó ver en el cristal del escaparate el reflejo tímido y amable de la camarera que le había atendido... pero solo fue el reflejo de alguien que pasó a su lado.
 
Se detuvo a la luz de una farola y sin poder reprimirlo sacó de su bolsillo un sobre alargado y extrajo el papel que había en su interior. Lo leyó aunque ya se lo sabía de memoria y no entendía ni la mitad de las cosas que allí ponía, aunque sí la conclusión final: ya estaba cerca de su final, así lo reflejaban los análisis médicos.
 
Sintió que todo le daba igual. ¿Para qué? ¡Si no tenía a nadie! Estaba solo. Su mujer había muerto hacía ya unos cuantos años y no tenía ningún familiar cercano, al menos ninguno que estuviese próximo a su corazón. ¿A quién le iba a importar que muriera? Nadie lo iba a extrañar. Nadie lo echaría de menos. Nadie lo recordaría.
 
Guardó el papel en el sobre y siguió caminando hacia su casa. Al llegar al portal sacó las llaves mientras su imagen se reflejaba ahora en el cristal de la puerta. Se veía allí, con su larga gabardina que, entre el cuello subido y el sombrero inclinado hacia delante apenas dejaba vislumbrar su rostro. Pero entonces sintió algo que le hizo estremecer: ¡Esa imagen que acababa de contemplar en el cristal de su portal le resultaba extrañamente familiar! Era algo así como verse a sí mismo desde el exterior, como un espectador de sí mismo. Pero tampoco era eso. Algo se encendió en su interior y le hizo retroceder unos pasos. Junto al portal de su casa había una librería en la que solía abastecerse de lectura. Se acercó a su escaparate y miró con detenimiento los libros que se exponían para la venta. Y entonces surgió la sorpresa: allí había un libro que se titulaba “El hombre de las sombras”, de una tal Neus B.G. ¡Pero la fotografía que aparecía en la portada, la figura de un hombre con una larga gabardina con el cuello subido y un sombrero tapándole el rostro, mientras caminaba bajo la lluvia, eran él mismo, eran él mismo aquella misma noche!!!
 
Fue entonces cuando sintió que ya no estaría sólo, que cuando se hubiese ido de este mundo, habría muchas personas que le recordarían y mantendrían viva su memoria: todos los lectores de aquél libro.
 

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viernes, 15 de marzo de 2024

La vida en un cuadro

El encuentro en Internet con una amiga de juventud, Raquel Godoy, y el descubrimiento de su faceta como excelente pintora, me trajo la inspiración para este relato corto…
 
EL MUNDO VOLVIÓ A GIRAR DE NUEVO
 
Aquél fue un verano fantástico y eso que los días pasaron tan deprisa que se quedó corto para tantos planes como tenía. Tenía planes... pero no te tenía a ti, aún no te había conocido. Pero surgió de pronto la oportunidad de conocernos, el encuentro en aquella fiesta junto a la playa a la luz de la luna. Después, la luz del sol nos descubrió que todo cuanto habíamos soñado la noche anterior era más hermoso aún, y tus ojos desprendían una luz que me dejaba pegado a ti como una polilla junto a un farol nocturno.
 
A medida que nos fuimos conociendo descubrimos que la atracción inicial que sentimos se hacía más fuerte cada día. Pero llegó el final y debimos separarnos. ¡Qué tristeza aquella tarde!... Te acompañé a la pequeña estación de ferrocarril del pueblo y miramos nuestros ojos en silencio. Tenías que subir al tren y tu mano soltó la mía. Las luces de la estación brillaban ahora más en tus ojos y te ofrecí un pañuelo con la inicial de mi nombre grabada en azul en un extremo. Lo tomaste con cuidado y subiste con él al vagón, y ya dentro, desde la ventanilla, me diste el último adiós y me enviaste tu último beso.
 
¿Qué pasó después? ¿Hubo cartas? ¿Alguna llamada? Bueno, creo que sí, que una vez te llamé y estabas ocupada o algo así me dijeron. La decepción anegó mi deseo. No insistí más. No eran, como ahora, los años de los móviles, de Internet, de WhatsApp... eran tiempos más románticos de pedir conferencias a la tele operadora y esperar muchos minutos a que se estableciera la llamada, eran tiempos de cartas escritas en papel en un sobre y con un sello, eran tiempos del pasado, ese lugar que almacena los recuerdos.
 
Después pasaron muchos años, pasaron muchas risas y también algunos duelos. Y por pasar, pasé un buen día por el centro de la ciudad y las luces de un local me atrajeron. Eran cuadros, de paisajes, de momentos, del color de los recuerdos. Sin nada más que hacer entré en la galería y disfruté del colorido intenso, de la perspectiva, de los trazos sueltos, de paisajes y ciudades, y... de pronto, el silencio y un tam tam que golpeó mi pecho. Mis ojos se posaron en un cuadro y el corazón bombeó sangre a presión por todo el cuerpo. Era la despedida de dos amantes, ella en el tren, él abajo un poquito más lejos. Tras el cristal de la ventanilla del vagón ella sostenía en alto un pañuelo, pero no era un pañuelo cualquiera, era... el que yo te entregué aquél día. ¡Podía verse mi inicial grabada en azul en un extremo! ¡Eras tú! ¡Era yo! ¡Éramos tú y yo en aquél mágico momento!
 
Me acerqué a una mesa para pedir información sobre el pintor capaz de recrear con tal precisión aquél instante inolvidable que se grabó tan dentro. Una mujer que estaba allí, rodeada de programas y proyectos, se giró y me miró intrigada. “¿Quién es este pintor? Me gustaría contactar con él”, le pregunté. “Soy yo”, respondió ella.
 
¡No podía ser verdad! ¡Era ella, convertida en pintora de éxito! ¡Y allí estaba yo, jubilado disfrutando de mi tiempo! Nos quedamos en silencio. Nos miramos a los ojos y en el fondo de las pupilas se descorrió el tiempo. Unas lágrimas asomaron tímidamente a nuestros ojos... Entonces ella sacó un pañuelo. “Es tuyo”, me dijo. Y el mundo volvió a girar de nuevo.
 
Texto: Vicente Fisac
Ilustración: Cuadro de la pintora Raquel Godoy
 

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jueves, 14 de marzo de 2024

Ausente de mi sueño

No siempre podemos soñar con lo que queremos, o con la persona a quien queremos. Por muy grande que sea nuestro amor, el sueño no obedece nuestros deseos, tal como sucede en este breve relato…
 
HOY NO HE SOÑADO CONTIGO
 
Las noches eran para Miguel su auténtica libertad, la posibilidad de escapar a un mundo de libertad aunque no siempre lo fuese también de felicidad. Pero sabía que todo era efímero, que apenas rozado el cuerpo con las sábanas al despertar, aquellas vivencias del sueño se desvanecían como por arte de magia. Por eso había tomado la decisión de escribir -nada más levantarse- todo lo que fuese capaz de recordar sobre sus sueños. El primer día apenas si escribió unos renglones, le costaba recordar lo que había soñado aun cuando aún estuviese con el pijama puesto, sentado en la mesa y sin haber hecho otra cosa que sentarse a recordar y escribir. Sin embargo, no se rindió, siguió intentándolo día a día y pronto descubrió que unas nuevas puertas se abrían ante él: el mundo de los sueños le daba la bienvenida.
 
Cada día, al despertar, lo primero que hacía era ponerse a escribir cuanto recordaba de sus sueños y esta práctica le hizo ganar en maestría; comprobó cómo cada vez era capaz de recordar con más detalle todas las vivencias de esa otra vida que había llevado durante la noche. Descubrió también que los sueños estaban construidos mediante una amalgama en donde se mezclaban hechos reales, pensamientos y deseos, pero mezclados de tal forma que no era posible distinguir qué había de realidad, de sueño y de anhelo en cada uno de los detalles.
 
Hubo un día que fue distinto. Se sentó a escribir y sólo pudo transcribir esto:
 
“Hoy no he soñado contigo.
Perdóname, no debió ser así.
Y lo siento más que tú, pues ha sido una noche en la que mi espíritu ha muerto: no estabas para hacerlo renacer.
Oscuridad, silencio, vacío que ahogaba mis incipientes deseos. Dormido, todo estaba dormido.
 
No sé si lograrás comprenderme; siempre me fue difícil amoldarme a tu cuerpo, aunque tu espíritu latiese en mis entrañas.
Sí, tal vez porque me has mantenido distante te he deseado todos los días y te he olvidado por las noches.
En el fondo me alegro, has permanecido intacta a todos mis pensamientos.
 
No han existido las obras, todo ha sido distancia. ¿Dónde estabas cuando mi cuerpo te llamaba? No; será que mi cuerpo nunca te ha buscado, sólo lo ha hecho mi alma.
Y mi alma ha sido impotente al no tener hechos tangibles en que apoyarse.
No te lo reprocho, al contrario; me alegro. Pero se va acercando el tiempo y mis manos no te han visto renacer.
Atrás queda un encuentro lejano, perdido en la nostalgia de un día triste.
¿Qué hemos hecho en este tiempo?
Nada sé; es la ausencia.
 
Necesito protección, necesito amparo”.
 

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miércoles, 13 de marzo de 2024

Analepsis y prolepsis

En vez de decir “flashback” deberíamos utilizar la palabra española “analepsis” que, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) es “pasaje de una obra literaria que trae una escena del pasado rompiendo la secuencia cronológica”.
 
Y si ese salto narrativo lo queremos hacer hacia el futuro, también tenemos otra palabra en español para expresarlo, “prolepsis” que, según la RAE, es un “pasaje de una obra literaria que anticipa una escena posterior rompiendo la secuencia cronológica”.
 
Todos hacemos habitualmente “analepsis” y “prolepsis” y sin embargo no utilizamos estas hermosas palabras que tenemos en nuestro idioma. Así que podemos seguir haciendo todas las anacronías que queramos, esto es, alterar el orden natural de lo que estamos contando, tanto si vamos hacia atrás en el tiempo “analepsis” como si vamos hacia el futuro “prolepsis”, pero, por favor, utilicemos nuestro idioma y dejemos el “flashback” para los angloparlantes.
 
Como ejemplo de estas anacronías en la narrativa, aquí dejo este pequeño relato que escribí hace ya muchos años, con un interesante juego de analepsis y prolepsis:
 
ROJO SOBRE NEGRO
 
Miguel camina solo y triste en el atardecer. Sus pasos titubean y se resienten en su lucha contra el asfalto. Tiene la vista perdida en esa lejanía que impiden los grandes edificios. Sus ojos, mojados vagamente, difuminan todas las cosas. A su lado siente pasar ráfagas de viento. De vez en cuando retumban en sus sienes unos ruidos... una música estúpida y cambiante. Va cerniéndose la noche en un revoloteo silencioso sobre su cabeza.
 
-oOo-
 
Isabel lo miraba con sus tiernos ojos. Sus manos poco a poco se fueron acercando. Ella dejó sobre la mesa el contacto frío del vaso. La mano de Miguel seguía acercándose imperceptiblemente. De pronto ambos sintieron el contacto de una mano ajena. Sin decir nada, mirando simplemente aquellas manos, fueron estrechándolas cada vez con más fuerza.
 
-oOo-
 
Miguel camina lento y fatigoso. Sus pasos se aceleran cada vez que una persona pasa a su lado. Se diría que huye, pero no; nadie lo sigue. Acaso sea su sombra que nunca se aparta de su lado. Y ante él todo está turbio y extraño. No conoce aquella larga avenida, interminable. Se ahoga, está cansado de andar tanto por ese mismo camino, todo recto, sin final.
 
-oOo-
 
- ¿Cómo es que vienes solo? –le preguntó Antonio mientras le tendía la mano.
- No ha podido venir –dijo Miguel insensiblemente.
No había podido ir, pero “No te preocupes”, le había respondido Antonio. Efectivamente no tenía que preocuparse, allí estaba Maribel.
 
-oOo-
 
Miguel, sin saber por qué, ha consultado el reloj. Son las nueve y media de la noche. Sigue caminando. El sol rojizo y tenue apenas es ya un resplandor en el horizonte.
 
-oOo-
 
- ¿No te molesta esta luz? –susurró Maribel.
- Un poco, ¿por qué? –respondió, aún ignorante, Miguel.
Sin hablar, en un instante confuso, se sintió arrastrado hacia un rincón donde otras parejas ignoraban cuanto estuviese a su alrededor. Allí no les molestaría ni siquiera aquella tenue luz rojiza. Entonces no hizo falta que ninguno de los dos comprendiera nada. Una fuerza superior a ellos los condujo a un mundo incomprensible de caricias.
 
-oOo-
 
Miguel está fatigado y siente un frío mortal que invade su cansado cuerpo. En un instante, aquella avenida se transforma en puente. Él se asoma apoyándose trémulo en la frágil barandilla. El paisaje de abajo no es distinto: coches de diversos colores pasan más deprisa que sus reflejos. Él, torpe, siente de pronto una rebelión en su interior. Su alma quiere volar por el vacío, lanzarse hacia el abismo y acabar con aquella interminable agonía de su espíritu; pero las manos –en un instinto primitivo de supervivencia- se aferran brutalmente a aquella barandilla. En una lucha de fuerzas contra sí mismo, se suelta al fin y se da la vuelta para correr atravesando la calzada. Sólo es cuestión de segundos, pero su cuerpo vacila de nuevo... y se detiene. Una ráfaga se acerca hacia él que intenta –tarde- esquivarla. Se escucha un golpe seco y el chirriar de los neumáticos sobre el asfalto. Miguel siente un fuerte dolor en todo el cuerpo mientras aquella ráfaga de luz continúa sin detenerse hasta perderse al final entre otros coches.
 
-oOo-
 
Volvía Miguel, alegre, a su casa; mas cuando ya se disponía a entrar, su vista se posó bruscamente en un cuerpo de mujer: Isabel.
-¿Qué haces aquí? –acertó a preguntar, titubeante, Miguel.
Su cerebro, marcado por el alcohol, no acertaba a reaccionar debidamente. Ella lo miraba fijamente. Se observaba en sus ojos una maraña extraña de sensaciones. Era amor, era desprecio, era... todo menos indiferencia o asombro.
Al final comprendió Miguel lo que aquellos ojos le decían, o mejor dicho, lo intuyó. Se lanzó como loco hacia ella y prorrumpió en gritos o gemidos: “Yo no he sido ¿comprendes? No hice nada. No tuve la culpa”. Pero ella permanecía en silencio. Entonces la presión de las manos sobre sus hombros se hizo más leve... ella se alejó lentamente. Las manos que antes aprisionaban sus hombros colgaban ahora muertas de sus brazos, y su rostro se levantaba impotente al verla desaparecer.
 
-oOo-
 
Miguel yace tendido en la acera. Respira con dificultad. Trata de incorporarse y su esfuerzo resulta estéril. Siente un gran dolor en todo el cuerpo. Su vista se detiene entonces sobre el asfalto negro: está manchado de sangre. Instintivamente se lleva la mano a la frente y en los dedos nota el contacto de ese cálido líquido de la vida y de la muerte. Se estremece. Sacando fuerzas de donde no las tiene, logra al fin reincorporarse. Se pasa el pañuelo por la frente y este se mancha con el carmín de la muerte.
A duras penas, Miguel camina de regreso por la infinita avenida. Atrás, aquella pequeña mancha de sangre sobre el asfalto, se va perdiendo –como todo- en la distancia.
 

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martes, 12 de marzo de 2024

Realidad, sueños y anhelos

Uno de mis primeros libros de juventud fue una selección de relatos cortos en donde mezclé vivencias personales, sueños y anhelos. De todo ello salió un puzzle del que nunca supe distinguir qué había de realidad, de sueño o de deseo en cada uno de los relatos. Así comenzaba…
 
A PUNTO
 
Esperando. Así se comienza. Esperando el principio. Una llamada telefónica que ha de mover toda una vida envuelta en la esperanza. Miguel comenzó la mayor campaña publicitaria de su vida, vendía: a sí mismo; su trabajo, sus ideas. Hasta entonces había llevado una vida irregular; el fiel de la balanza no lograba restablecer el equilibrio. Altos y bajos, euforia y pesimismo; eso era todo. Alguna vez se cansó.
 
Como siempre conectó el tocadiscos para embalsamar su espíritu. Como siempre, encendió un cigarrillo para llenar de niebla el presente; acaso fuese una táctica para escapar más fácilmente hacia su verdadero mundo, el interior. Como siempre, se sirvió una bebida (ahora sin alcohol; alguna vez llegó a emborracharse y no quería repetir la experiencia) y de vez en cuando daba un sorbo y lo paladeaba, le gustaba recrearse en los pequeños placeres de la vida. Como siempre, se puso a escribir algo, trataba de conocerse mejor cada día; en realidad su mundo interior era tan amplio que nunca llegaba a conocerse del todo. Aparte de esto, lo demás no era “como siempre”.
 
- “¿Dónde diriges tus pasos, humano?
- Al esfuerzo, al querer y a la batalla.
- ¡Caminas loco!
- Eso dicen, hermano, pero siento dentro del pecho fuego, fuego y algo que –de sentirlo tú- serías loco, loco, feliz y vivo como yo”.
 
Miguel recordó, por un momento, aquellas palabras de su maestro que supieron encauzar toda su potencia creativa a un fin concreto. Y las repetía, se las sabía de memoria, se sentía identificado con ellas. Estaba impaciente, quería salir pronto de ese letargo para edificar toda la vida que había ido construyendo a base de sueños, anhelos y realidades. Atrás, un poco atrás, iba quedando el puzzle anterior. Estaba saliendo. Quería hacerlo más deprisa, pero sabía contenerse. La experiencia no siempre es imprescindible, pero sí es verdad que ayuda mucho. Posiblemente hace un par de años no hubiera podido esperar ese momento con tanta serenidad. Sin embargo, era esta una serenidad fingida, social; en su interior trataban de aflorar todas sus fuerzas y él se contenía. Era su pequeño y primer triunfo sobre la vida. “El coraje se lleva dentro, la planificación o autocontrol se aprende con los años, y cuando se logran unir estas dos cosas ya podemos cantar victoria: estamos preparados para la vida”, pensaba.
 
En aquél día no tenía cabida en su alma el pesimismo. Se sentía pletórico y controlado: una mujer que le esperaba. Era real. Todos los momentos que respiraba eran más reales que nunca. Prácticamente estaba esperando la llamada que confirmase la culminación de sus anhelos. Y ella... siempre ella orientando su vida hacia la luz, hacia la fuerza. Se sentía loco, feliz y vivo.
 
Se acabó el puzzle cuando nadie lo esperaba, ni siquiera él mismo. Se encontró con esa sorpresa una mañana. Pero ahora quería recordar un poco todos esos años turbios en que no llegó a discernir lo real, los anhelos y los sueños. Eva, Elena, María, Ana, Gunvor, Amparo... sólo nombres, pero también algo más: una clave a descifrar el por qué de su vida.
Algo hubo de real y algo también de sueños y de anhelos. Él mismo reconoció un día la potencia de su mente, capaz casi de crear cosas de la nada. Miguel quería sentirse hombre y acaso fuese así siempre, pero necesitaba imperiosamente que alguien ajeno se lo confirmase. Por eso lo buscó más allá del límite de sus fuerzas. Gritaba, reía, lloraba, hacía el amor, intentaba suicidarse, se emborrachaba, dormía, esperaba; intentaba escapar de una sociedad mal concebida que no era acorde con sus ideas... y no podía, tenía que vivir en ella.
 
“No puedo escapar”, se dijo, y como única puerta de salida vio su interior: “Aquí no me encontrarán ni podrán hacerme daño”. Así se vio de nuevo en su claustro materno. Pero había una diferencia: ahora podía pensar y se daba cuenta de su estrechez y su soledad. “¡No quiero estar solo!”, gritó. Pero los tejidos y la placenta a la que había retornado, ahogaban sus gemidos. Estaba empezando a sentir claustrofobia que enturbiaba su hasta entonces sano razonamiento. Vinieron entonces las alucinaciones que enturbiaron más aún su mente.
 
Una extraña infidelidad, fruto de su inexperiencia, hace que se rompan las ligazones que podían haber marcado su camino. Está a punto de morir, pero queda a la deriva, borracho, malherido, presa fácil de las alucinaciones, inmerso en un mundo que no acierta a comprender. Una mujer lo ama y Miguel hace al amor con ella, traicionando así a su mejor amigo. Una mujer que no lo ama, flirtea con él mientras le expone una falsa realidad que Miguel acepta. Una mujer que no lo quiere le engaña con falsas historias; después Miguel lo discute aun sabiendo que todo aquello es frío y falso, un engaño de los sentidos. Una mañana se encuentra solo, frío y vacío: tiene la mente en blanco. Un día recuerda una escena lejana en el tiempo y así lo reconoce: “¡Qué atrás se ha quedado el tiempo!”. Un día despierta en un paisaje que no conoce, con la sensación de haber hecho el amor esa noche y, fatigado y sin ganas de pensar, duerme otra vez junto a ese cuerpo ajeno que no conoce. Un viaje nocturno le lleva a un país extraño donde se enamora de una camarera mientras su padre vive otra extraña experiencia...
 
Durante todo ese tiempo había ido luchando por salir de aquél claustro materno en el que se había recluido voluntariamente y que ahora lamentaba. Comenzó a sacar la cabeza y ver la realidad de las cosas; pero aún tenía dentro la mayor parte de su cuerpo y su limitación de movimientos no le permitía ver en toda su amplitud la realidad de cuanto le rodeaba. Conoció, entonces, a otra mujer que le guiaría hacia la luz, que le ayudaría a salir. Cada parpadeo ante el esfuerzo llevaba a su mente nuevas alucinaciones, pero ya no se dejaba vencer. Así, poco a poco, también fue sacando algunos miembros. Y ya finalmente, tras un gran esfuerzo, se vio libre, recién nacido a un mundo que no había cambiado pero en el que ahora sí podría vivir.
 
Se puso en pie. Miró hacia atrás. Allí estaba la realidad de su vida, lo ficticio de sus sueños y la realidad-sueño de sus más fervientes anhelos. Allí estaba él, un hombre que no había sabido distinguir lo real y lo falso de su vida, pues todo cuanto le rodeaba era confuso y le obligaba a seguir, seguir, seguir siempre sobre el límite de sus fuerzas. Pero en el fondo agradeció aquella lucha donde iría, poco a poco, muriendo lo negativo de su vida y donde quizás encontrase la salvación de una parte de su ser cuando el sueño y el anhelo se hiciesen también realidad.
 

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lunes, 11 de marzo de 2024

Las rodillas también hablan

Hay quien habla por los codos, pero también hay otras partes del cuerpo que hablan por sí mismas. En este caso, el relato corto de hoy, fueron las rodillas de Marisa las que hablaron…
 
ME LO HAN DICHO TUS RODILLAS
 
Marisa estaba sentada en un sofá vacío. Frente a ella una mesa con bebidas. Tenue la música como fondo que incita al descanso, una tibia luz roja y difusa bañando los cuerpos, un aire tal vez enrarecido por el humo de los cigarrillos pero no por eso carente de un perfume de fiesta. Todo era limpio, fresco, aun cuando pudiera parecer lo contrario a quien penetrase en este espacio por primera vez.
 
Una sombra, un cuerpo, Miguel se acercó a la mesa. Miraron por un instante sus ojos y relucieron de alegría. Después tomó asiento junto a ella. Al principio, contraídos los músculos por la alegría del encuentro, no acertaron a pronunciar palabra. Miraban fijamente sus ojos viéndose en ellos como antaño. Continuaban inmóviles. En sus cerebros trabajaban afanosamente las células de la memoria tratando de reconstruir quizás el último encuentro. ¿Cuánto tiempo hacía de aquello? ¿Qué había sido de ellos en esos meses de ausencia? ¿Cómo se había producido aquél inusitado reencuentro? ¿Cuánto? ¿Qué? ¿Cómo? Impulsados por estos interrogantes y serenados ya un poco, lograron por fin hablar.
- ¿Qué tal estás? –dijo Miguel, viendo en la amplia sonrisa de Marisa su respuesta- No sabes cómo me alegra volver a encontrarte. Tenía tantas ganas de verte...
- También a mí me llena de alegría volver a verte. He pensado mucho en ti –respondió Marisa.
Al fin sintieron en sus oídos aquellas voces ajenas que sonaban como algo propio. Tenían, tal vez, un sabor a recuerdo.
Miguel deslizó su brazo sobre el hombro de Marisa y así, unidos, continuaron hablando. Al mismo tiempo, recorrían con la mirada sus cuerpos, redescubriendo aquellos matices, aquellos recuerdos pertenecientes al pasado, que ahora volvían a leer.
- Me sentía muy solo sin ti. Te he necesitado mucho. Me diste la mejor parte de todos mis recuerdos –dijo Miguel.
- Recuerdos –meditaba Marisa- ¿Te acuerdas de todo?... Aquellos momentos que me enseñaste a vivir... No sé cómo explicarte todas las sensaciones que se acumulan en mi interior.
- Has representado mucho en mi vida, quizás demasiado para tan poco tiempo. ¿Qué pasó después? ¿Recuerdas todas nuestras tardes, aquellas que pasamos en un ambiente como este? Antaño éramos los reyes, los dueños; hoy, sin embargo, somos tan solo una pieza más del engranaje –dijo Miguel, revelando sus más íntimos pensamientos.
 
Ya estaba hecha la presentación. Ya estaba rota aquella capa de escarcha que separaba el hoy de los recuerdos. Miguel cogió la mano de Marisa y la acarició. Sintió desvanecerse sus dedos al contacto con aquella piel en la que un día resucitó su espíritu. Tiró lentamente de ella y pronto estuvieron bailando en el mismo mundo de antaño. ¡Qué lejos sentía volar sus sentimientos! Respiraba una felicidad que se había expandido a su alrededor borrando cualquier otro signo que no fueran ellos mismos. Estaba allí solos los dos, de nuevo. Sus pies se deslizaron parejos, libres de toda opresión contra el suelo. Sus corazones latían al unísono, como pertenecientes a un mismo cuerpo. Sus mejillas, calientes de espíritu, se abrigaban con sus cabellos. Deseaban más que nada sentirse unidos, sentirse enteros.
 
Después de unos instantes no medibles, regresaron al presente. Continuaban mirándose, como tratando de descubrir algo que flotaba en el ambiente y no acertaban a comprender qué podía ser. Pero lo notaban; efectivamente existía algo, y ese algo era la razón de aquél inesperado encuentro.
 
De pronto, la vista de Miguel se posó en las rodillas de Marisa. Las miró unos instantes y como si estuviese leyendo en ellas, se estremeció.
- Me lo han dicho tus rodillas –susurró al oído de Marisa.
Ella, instintivamente, se las miró también y no acertaba a comprender.
- ¿Cómo las ves? –interrogó a Miguel.
- Están llenas, radiantes, ágiles... pero están inquietas.
- ¿A qué te refieres? –trató de concretar Marisa, que ya comenzaba a entrever el misterio de aquella tarde fuera del tiempo.
Miguel meditaba. Miró otra vez las rodillas de Marisa y después sus ojos.
- Cada una de las células de nuestro cuerpo siente al unísono con él. Si es así ¿qué no van a expresar estas rodillas que me gritan a su manera? Míralas, están como la última vez que las vi, como yo las quería. Como ves, son tus rodillas... que ya no son mías –dijo, al fin, quedando abatido.
- No digas eso, estas son “tus” rodillas, las que tú quieres. Son tuyas y son para ti –respondió Marisa, apresuradamente, aunque al fin había comprendido todo.
- Mira ahora tus ojos, reflejados en los míos, y dime si no es verdad esta distancia que respiro. Pero ¿qué es lo que te ha impulsado a venir aquí esta tarde? ¿Qué soy para ti? –preguntó Miguel con ansiedad.
- Yo te amo –dijo Marisa.
- Eso no es cierto –cortó Miguel.
- Yo te amo, pero no con las tres letras que componen la palabra, sino mucho más. Eres todo para mí. Te amo como novio, te aprecio como amigo, te quiero como a un hijo, te respeto como a un padre... todo, eres todo para mí –dijo Marisa.
- Luego entonces... no soy nada –trató de resumir Miguel, mientras sentía cómo su ánimo caía vertiginosamente.
- Tampoco es eso, pero... soy incapaz de definirte. Estás fuera del tiempo. Eres como un oasis, como una ráfaga de brisa que nos sorprenden un día de calma. Eres algo y mucho, pero... no eres de aquí, no eres como los demás –dijo Marisa.
- Tienes razón. Y sin embargo me cuesta hacerme a la idea. ¡Cuánto quisiera ser menos pero ser de aquí! Déjalo, no te preocupes, te comprendo y no te lo reprocho.
 
La conversación paró un instante. Parecía como si ya todo estuviese dicho; sin embargo aún permanecían allí. Ese misterio estaba esclarecido. ¿Qué hacer entonces? Ambos habían experimentado una nueva sensación que sus cerebros no acertaban a catalogar; por eso permanecían estáticos.
- ¿Qué nos queda por hacer? –preguntó Miguel, quien no soportaba por más tiempo aquella incertidumbre.
- No existe nada ni nadie que nos lo pueda decir. ¿No será mejor dejar esta tarde aquí? Sin saber por qué nos hemos encontrado y hemos sentido algo sin nombre, algo que no podemos definir con palabras –dijo Marisa.
- Es verdad, tus rodillas revelaron como espejo algo nuevo, sin conocer. Hemos sido felices esta tarde como tantas otras. Paremos aquí, despidámonos ya y esperemos... –añadió Miguel a modo de despedida.
- Será mejor, sin hacer nada, esperar una nueva tarde de amor sin nombre para nuestros cuerpos.
 

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