El matrimonio de Gaspar Fisac Orovio y Concepción Clemente
Pozuelo tuvo seis hijos, tres varones y tres mujeres: Mercedes, Rafael, Carmen,
Domingo, Concepción y Gaspar. Mercedes fue profesora de música y dedicó su vida
al cuidado de su hermana menor. En cuanto a los varones, Rafael fue profesor de
enseñanza media en Madrid, Domingo fue catedrático en Ciudad Real y Gaspar fue farmacéutico,
primero en Daimiel y después en Madrid. Gaspar Fisac Clemente se casó con Isabel Rodríguez
Pinilla y tuvo cuatro hijos: María del Carmen (farmacéutica), Gaspar (Publicidad),
Vicente (Publicidad y Periodismo) e Isabel (que murió a los pocos años de
nacer). De Vicente podemos decir que nació el 7 de enero de 1949
en Madrid, pero no porque vivieran sus padres en Madrid sino porque se
desplazaron expresamente desde Daimiel a Madrid para que naciera en un
hospital. Una vez nacido, regresaron a Daimiel y allí pasó su infancia hasta
que a la edad de 9 años toda la familia se trasladó definitivamente a Madrid. También podemos decir, como datos curiosos, que el abuelo
de Vicente, Gaspar Fisac Orovio, nació un 8 de enero, su padre, Gaspar Fisac
Clemente, un 6 de enero, y Vicente entre medias de los dos, un 7 de enero.
Curioso resulta también que el abuelo fue médico, periodista y poeta, el padre
fue farmacéutico y poeta, y Vicente fue periodista y poeta y trabajó en la
industria farmacéutica y el Consejo General de Colegios de Médicos, en una vida
dedicada por completo al mundo de la Comunicación.
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En el año 1885 Gaspar Fisac Orovio apoyó a su hermano
Deogracias para la fundación del diario “El Eco de Daimiel”, y encontró en este
medio de comunicación una eficaz arma para denunciar las injusticias y luchar
por la mejora de la sanidad y las condiciones de vida de los daimieleños. Como “El Eco de Daimiel” se definía como un “Periódico
político de ciencias, literatura y arte”, Gaspar pudo dar rienda suelta a su
vocación de escritor que no sólo reflejó en numerosos escritos e incluso en la
publicación de poesías propias y ajenas, sino que también la trasladó al día a
día de la sociedad daimieleña promoviendo y participando activamente en
numerosas actividades culturales. La fama de Gaspar como consumado poeta se
hizo patente y tanta era su soltura que se atrevía, incluso, a improvisar y
componer poemas sobre la marcha. Pero además de médico, fue epidemiólogo, inventor, ecologista,
periodista, poeta, y autor, director y actor de teatro.
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Gaspar Fisac Orovio nació en Daimiel el seis de enero de
1859, en el número 10 de la calle Don Pedro, y al día siguiente fue bautizado
en la parroquia de Santa María. Era hijo de Juan Vicente Fisac Valverde, carpintero de
profesión y natural de Daimiel, y de María Francisca Orovio Santa Cruz, maestra
de profesión y natural de la cercana localidad de Torralba de Calatrava.
Pertenecía, pues, a la clase media acomodada, como hijo de un matrimonio en el
que, curiosamente, ambos cónyuges trabajaban, algo poco frecuente en aquella
época salvo en las clases bajas donde todos los miembros de la familia
–incluidos los niños- debían trabajar para conseguir el sustento necesario cada
día. María Francisca Orovio llevaba, pues, una notable actividad profesional
llegando a formar parte (en 1886) del tribunal de oposiciones a regente en la
Escuela Práctica agregada a la Normal de Ciudad Real, siendo por consiguiente
juez en las oposiciones a las escuelas de niños vacantes en Manzanares y
Villanueva de la Fuente. La primera vivienda de Juan Vicente estaba en la calle
Nuestra Señora de la Paz, a la que popularmente se conocía como “la calle
empedrada” porque era una de las pocas que estaba adoquinada y por consiguiente
libre del barrizal e insalubridad propio de las otras calles, especialmente en
los días de lluvia. En esa calle, además, se encontraban las mejores casas del
pueblo. Juan Vicente y María Francisca tuvieron cinco hijos. El
mayor era Deogracias; el segundo Felipe; el tercero Gaspar; el cuarto Manuel; y
finalmente el quinto fue una niña, María Antonia. Todos ellos recibieron una
esmerada educación, tanto moral como académica, destacando Deogracias, que se
doctoró en Farmacia; Gaspar, que se doctoró en Medicina; y Manuel, que se
licenció en Derecho y ejerció como juez en Daimiel.
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A mediados del siglo XIX la situación social no era muy
halagüeña. Por aquella época el índice de analfabetismo era altísimo, rozando
el 70 por ciento; es decir, siete de cada 10 personas eran analfabetas. En
pueblos como Daimiel (Ciudad Real), en donde va a transcurrir esta historia,
las calles eran de tierra, no existía alcantarillado y no había agua corriente
en las casas. Eso sí, un buen número de ellas (más de mil) disponían de un pozo
del que extraían agua potable para su consumo y utilización en la limpieza.
Claro que la gente tenía por costumbre tirar a la calle los cubos con el agua
sucia y... lo que no era agua sucia, al simple grito de “¡agua va!” para que
quedaran advertidos los eventuales transeúntes y no se viesen duchados con
semejantes inmundicias. La educación era precaria, la higiene casi inexistente,
la incultura manifiesta. Como en las casas no había agua corriente, debían
llevarla a sus dormitorios o cuartos de aseo en cubos, en donde con una jarra y
una palangana se lavaban. El váter estaba fuera de la casa, en el patio o
corral, y consistía –en el mejor de los casos- en una tabla con un agujero que
daba a un pozo a donde iban a parar las deposiciones. No se disponía de
calefacción, y el punto cálido de reunión para la familia consistía en una mesa
camilla bajo la cual se encendía un brasero, si bien en las mejores casas se
disponía de varias habitaciones con chimenea para calentar esas estancias; por
el contrario en las casas más humildes, sólo la chimenea o el lugar para
cocinar propiciaba ese calor. Siendo el clima de La Mancha extremo, los
inviernos eran muy duros en tales condiciones. Estaban de moda los
calentadores, unos recipientes de metal en donde se metía carbón encendido, y
dicho recipiente se metía dentro de la cama unos minutos antes de ir a
acostarse para dejar caliente el hueco que habría de ocupar después el cuerpo.
Las mejores casas disponían de dos pisos, de los cuales el superior se ocupaba
en invierno y el piso bajo (más fresco) en el verano, aunque no siempre era así
puesto que en muchas de ellas se destinaba aquél piso superior a guardar
alimentos y enseres; por el contrario, las casas más humildes eran de una sola
planta sin ningún tipo de comodidades. La pobreza reinaba por doquier y las
órdenes religiosas, en quienes recaía la responsabilidad de atenderlas, no
daban abasto. Con todo, cabía considerar a Daimiel como uno de los
pueblos más importantes y avanzados de La Mancha. Tan solo unos años antes, en
1842, y en virtud de una ley aprobada en las Cortes, se constituyó oficialmente
como cabeza de partido judicial que comprendía los pueblos de Arenas de San
Juan, Fuente el Fresno y Villarrubia de los Ojos, siendo Daimiel la cabeza de
este partido. Su población real se situaba en torno a los 15.000 habitantes
(aunque el censo oficial indicaba unos tres mil habitantes menos).
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Daimiel (Ciudad Real, España). Año 1859. Eran tiempos de
inestabilidad política. El general Leopoldo O’Donnell había fundado un nuevo
partido, la Unión Liberal que, aun habiendo salido del ala derecha del progresismo
se le consideraba un partido de centro con el que intentaba evitar la lucha de
los partidos tradicionales. En diciembre de ese año abrieron las Cortes en
donde el nuevo partido obtuvo una mayoría aplastante; los progresistas se
quedaron con solo 21 escaños, algunos menos los conservadores y tan solo una
representación testimonial los absolutistas. O’Donnell convirtió España en una
dictadura de centro aun cuando se conservasen las formas parlamentarias. El 22 de octubre España declaró la guerra a Marruecos por
un “quítame allá esos escudos”. Los escudos de España labrados en los pilones
fronterizos fueron destruidos, primero uno y, tras exigir disculpas y
reposición de los mismos, la respuesta recibida fue la destrucción de otro.
Ante el ultimátum lanzado, Marruecos dio unas respuestas ambiguas y poco
satisfactorias por lo que el parlamento español aprobó la declaración de guerra
a la que, curiosamente, todos (sociedad civil y militar, políticos y pueblo
llano) respondieron con inusitado entusiasmo. Los militares querían
satisfacción por aquella afrenta y los civiles soñaban con los beneficios que
podrían reportar unas nuevas tierras conquistadas. Ejército y población miraban
complacidos aquellos acontecimientos sin reparar en el coste humano (más de 70.000
bajas) que cayeron... pero no por las balas enemigas sino que la mayoría de
aquellas bajas sucumbieron abatidas por el cólera. Y si la campaña de Marruecos fue desastrosa, más aún lo
fue la de Conchinchina (el sur del actual Vietnam), ya que en ese mismo año
España renunció a cualquier reivindicación territorial y no fue capaz de
obtener ninguna ventaja comercial en los tratados de Saigón y Hué. A nivel industrial, la aplicación del vapor a la
navegación y a la industria llevó al Gobierno a replantearse la utilización del
carbón mineral que hasta entonces tenía muy poca demanda siendo su extracción y
transporte muy caros, tanto como para que resultase más barata su importación
(fundamentalmente procedente del Reino Unido) a pesar de los altos aranceles. Sin
embargo lasnuevas medidas adoptadas por
el Gobierno consiguieron dar impulso a esta industria que, en aquellos momentos
contaba con 497 yacimientos carboníferos que producían 198.000 toneladas,
aunque extraída la mayor parte de las mismas de sólo 15 de esos yacimientos. Se
trataba de una ley sumamente liberal ya que daba toda clase de facilidades a
los prospectores y explotadores de minas, y partía de la distinción entre suelo
y subsuelo, siendo la superficie de propiedad particular mientras que el subsuelo
quedaba bajo el dominio del Estado. Y en medio de tantos desastres asomaba tímidamente la luz
de la poesía, aunque lo hacía tan solo en Cataluña, en donde aquél año
volvieron a instaurarse los Juegos Florales para estimular el renacimiento de
la lengua y cultura catalanas dando voz y relieve a los poetas.
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