Así
pasará probablemente a la historia Carlos III, el nuevo rey de Inglaterra. No
lo hará por la simpatía que despierta en la población, ni por sus dotes de gobierno
con firmeza y moderación, ni por el respeto y admiración profesada por sus
súbditos… los hará –en tono jocoso- por tener los dedos como morcillas, porque
a las personas a las que no se admira, ni quiere, ni respeta, se le ponen motes
y se hacen chistes a su costa.
No
debiera nadie mofarse de una enfermedad como la que padece Carlos III que –aunque
nadie ha hablado de ella- salta a la vista que padece insuficiencia
circulatoria y retención de líquidos en las manos… y no se sabe si también en
piernas y pies porque estos no se le ven.
Pero
un rey que nada más tomar posesión de su cargo, la primera decisión que toma es
despedir a los 100 empleados que tenía en su mansión porque como se traslada al
Palacio Real ya no los necesita porque allí le ponen otros (que serán bastantes
más de 100, por supuesto); que ni siquiera ha tenido hacia esos empleados el
más mínimo gesto de agradecimiento, incluso por su esfuerzo y horas extras
dedicadas en el proceso de transición en la corona. Este rey no ha esperado ni a
que se cumpla el luto, simplemente ha ordenado: “¡Fired!” (¡”Despedidos!”).
Cuentan
que posiblemente la pluma que le dieron para firmar y que le manchó de tinta
fue puesta allí a propósito por alguien que quería mostrarle así su “afecto y
agradecimiento”. Hubiera intencionalidad o simple casualidad, el hecho cierto
es que su reinado ha comenzado con despidos, malos modos, enfados, caras de
disgusto, frases inapropiadas como “¡cómo odio esto!”. ¿Es que acaso no sabe aun
lo que supone ser rey? ¿No ha tenido suficiente con 73 años de espera y preparación?
Por
eso, son muchos los medios de comunicación y tertulias de ciudadanos los que
hablan de sus “excentricidades”: obligar a que le planchen cada día los
cordones de los zapatos, que el tapón de la bañera y la toalla estén siempre colocados
de una manera concreta, que le pongan la pasta en el cepillo de dientes y en
una cantidad exacta de 2,5 cm., que la bañera se la llenen hasta que haya
exactamente 18 cm. hasta el borde, etc. etc. y… no, para colmo, siempre que
viaja tienen que enviar un camión con su cama, con su váter, con su papel
higiénico favorito (no vale ninguna otra marca), y con otros muchos muebles y
enseres personales, los cuales deben llegar un día antes para que todo esté
preparado a su llegada.
No
sería de extrañar que pasase a la historia como “el rey con los dedos de
morcilla” o con cualquier otro mote, antes que como un soberano que se ganó la
admiración, simpatía y respeto de todos los ciudadanos.
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