La Organización Mundial de la Salud había establecido una
serie de criterios objetivos para determinar qué era una pandemia y las medidas
a adoptar; se aludía entre ellos a las altas tasas de mortalidad y la gravedad
de la enfermedad causada. Sin embargo en el año 2013 cambió los criterios para considerar
cuándo se declaraba una pandemia rebajándolos a la simple opinión de un comité
de expertos de la propia OMS. A partir de esa fecha, pues, sólo sería pandemia
lo que le apeteciese (criterios subjetivos) a ese comité de expertos.
Y llegamos al año 2019 y ese comité de expertos decide
que ese coronavirus que se está extendiendo por el mundo es algo así como el
Apocalipsis y que hay que cortar de raíz la libertad de todos los ciudadanos y
recluirlos en sus casas, exigirles llevar un bozal, abortar las relaciones
familiares y de amistad, obligar a las empresas a cerrar y arruinarse,
incentivar a los laboratorios farmacéuticos para que inventen en tiempo récord
unas “vacunas” sin exigirles todos los estudios clínicos y meses que hasta
entonces eran necesarios para que se aprobase una vacuna y eximiéndoles de
responsabilidad si luego empezaban a aparecer efectos secundarios, obligar a
los ciudadanos a inyectarse esas “vacunas” experimentales ya que de no hacerlo
no podrían salir del país ni entrar y/o participar en muchas actividades
(culturales, deportivas, etc.), dedicar todos los recursos sanitarios (humanos
y económicos) a tratar a los “infectados”, dejando “para más adelante” la
atención sanitaria de todos aquellos que padeciesen otras enfermedades… para
qué seguir, todos lo hemos padecido.
Nos vendieron, en definitiva, un Apocalipsis: una
pandemia que iba a diezmar a la población mundial y que exigía tomar todas esas
medidas.
Floreció así el negocio de las mascarillas y el negocio –más
lucrativo aún- de los test. Se demostró una y mil veces que dichos test no eran
nada fiables, pero se exigían para todo y cada vez que alguien moría y daba
positivo en el test, se catalogaba su muerte como “muerto por COVID” aunque la
causa real de muerte fuese un cáncer, un infarto, e incluso un accidente de
tráfico. Algunos responsables sanitarios públicos han reconocido este punto: a todo
aquél que diese positivo e incluso se sospechase que podía estar “infectado” y
moría, se le apuntaba como “muerto por COVID”. Y la OMS, amparándose en la “peligrosidad”
de la “pandemia” exigió que no se realizasen autopsias, ya que de haberse
permitido se habría demostrado que la causa de muerte era otra.
Cada día, desde las pantallas del televisor (más bien,
del “teleterror”) se daban las cifras de muertos, y daba igual que hubiesen
muerto por otra enfermedad o por falta de atención médica (más de medio millón
de intervenciones quirúrgicas canceladas en España). Curiosamente, la gripe
anual que cada año mata a muchas personas (especialmente a los viejos y a los
que tienen mala salud) prácticamente desapareció y se aprovechó la habitual
mortandad causada por las complicaciones de la gripe en esos pacientes para
sumarlos a esta pandemia del terror.
Después, cuando pasó la época de la gripe y moría menos
gente, dejaron de hablar de “muertes” y pasaron a hablar de “contagios”.
¡Menudo chollo! ¡Contar los contagios en base a unos test que fallan más que
una escopeta de feria! Una excelente herramienta para mantener el terror. Si
hacía falta inflar las cifras, se hacían más test; si se estimaba conveniente
dar un respiro, se hacían menos test y así bajaba el número de “contagios”.
Pero basta ya de palabras y vamos a CENTRARNOS EN LOS
HECHOS. Aun sabiendo que las cifras de contagiados han estado infladas, y que
las cifras de muertos también lo han estado, vamos considerar que eran
correctas. Pues bien, aquí viene la sorpresa, y no son palabras, sino HECHOS:
Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas, a 8
de diciembre de 2021 se habían detectado 266.504.411 “casos” de COVID y
fallecieron por esa causa 5.268.849 personas. Y no olvidemos que la inmensa
mayoría de estos fallecidos eran personas mayores de 70 y 80 años con múltiples
enfermedades.
Esto quiere decir que como en nuestro planeta hay 7.875
millones de habitantes, se ha infectado el 3,38% de la población mundial y ha
muerto por esa causa el 0,066%.
Dicho de otra forma, tras dos años de pandemia, el 96,62%
de la población mundial no se ha infectado y el 99,93% de la población mundial
ha sobrevivido a esta apocalíptica pandemia que tantas vidas y negocios ha
arruinado.
Fuente: https://unfpa.org/es/data/world-population-dashboard
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